9.28.2006

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Carlos Piñán, el piñata. No por la cintura, era flaco y chupado. Es porque la última vez que tomó, hace 13 años, lo tuvieron que separar a palos de los cables de una torre de alta tensión. Sus enormes huesos indígenas y su juventud lo estaban salvando de la electrocución y la carne efervescente que todavía estaba pegada entre sus nervios, fue la que condujo el inolvidable zumbido de una serpiente celeste y centellante de dos mil doscientos watts hasta su cabeza. La sintió paseando por su cuerpo, haciéndolo alucinar, con los ojos salidos de su cuenca, mirando el mundo en ciento ochenta grados, como una gallina, un saurio pariendo un enorme huevo de neón. Pese a todo, vivió para no contarlo nunca más. Cada tanto, escucha el relato de boca de sus amigos como un borracho de pié en misa de domingo, instintivamente borró todo de su memoria. Prefirió vivir y no acordarse nunca más de nada.

Treinta y nueve años, cornudo asumido, complaciente, neurótico. De noche, devorador de internet, con nick name, claves de acceso y una vida paralela llena de documentos encriptados. Una bestia nocturna dispuesta a digitar todo lo que estuviera a un click de acceso. De día, un rumiante, pastando en la oficina, haciendo una labor mecánica. Con un promedio de dos mil fotocopias de carné por ambos lados a la semana y cientos de cortados express, fue contratado como administrador de piso y bodegaje, una especie de “junior senior” que con los años fue siendo reemplazado por la nueva máquina de café automática con tarjeta intransferible, el microondas y la llegada de la empresa externa de aseo industrial. Hasta que no quedó ningún trapero que administrar.

"Piñata, por la chucha, ¿qué pasa con el mail?… dice error esta guea…" como si tuviera colgado un cartel: "PREGUNTAS FRECUENTES, DIRÍJASE A PIÑATA" pensaba, pero ahí estaba piñata arreglando la desgracia técnica con el dedo meñique. Nadie valoró su verdadero talento informático. Total, "Piñata vale hongo", era la voz de pasillo, el comentario casual; "Piñata es un perfecto idiota” “sí, puta que es gueón piñata" era la reproducción, dicen bastante fiel, de un colega acérrimo que anónimamente dio cuenta del episodio.

"Carlos, a partir del primero del mes que viene, lamentablemente vamos a tener que prescindir de sus servicios" le dijo un jefe joven unos días después del presagio. Carlos tomó el finiquito, un tazón con el logo de la compañía y una canasta familiar de alimentos no perecibles para un mes, rió y miró la ventana. Hace tiempo que la vida de piñata estaba en otro lado. Echarlo fue como abrirle la jaula. Se fue caminando innumerables cuadras, de la pega a la casa se le ocurrieron cien negocios mejores que en el que estaba trabajando pero tenía claro que el presupuesto familiar lo manejaba su mujer, ella ganaba la plata como ejecutiva de un alto ejecutivo de una alta compañía llena de ellos, altos todos.
Su plan maestro era quedarse anclado varios años descubriendo el espacio privado. Comenzó a tomar desayuno en bata, recogía la caca del perro, vagaba a paso lento por el barrio. No se acordaba que era tan extraordinario mirar el cielo meando las plantas del jardín con un pucho en la boca. Sacarlo todo a la tierra y no tener que apuntarle a esa letrina miserable y sanitizada.

Caminaba a tres cuadras de su casa cuando vio la plaza de siempre con flamantes juegos para niños, recién inaugurados por la municipalidad. No se si lo pensó demasiado pero eligió un resfalín circular de plástico, el más alto. Se lanzó dando giros en forma de tirabuzón. Cuando llegó abajo, en la última curva, se encontró de frente con un niño pequeño, tuvo que dar un salto para no caer encima de él. Se paró inmediatamente, miró hacia todos lados, no había nadie, papá, mamá, hermanos, nadie. “No te preocupes, vamos a buscar a tu mamá” le extendió la mano, y al intentar tocarlo, una pequeña chispa azul, como aquella serpiente, saltó entre sus dedos. Recordó toda la vida, desde niño hasta el delirio del momento en que tomó ese cable, sus pupilas se perdieron detrás de los parpados y su última sensación fue que en la ambulancia le daban golpes eléctricos de reanimación sin saber que sólo lo extinguían más. Después, música. También se acordó que le gustaba mucho eso.