7.28.2006

Me han foliado


Por fin, después de tantas sospechas y pruebas circunstanciales, el por todos respetado actuario, Rubén Sarmiento, certificó en persona, y mediante el inequívoco método de observación del sujeto, cómo era completamente efectivo que fulano de tal, a quien llamó “occiso”, daba saltos y propinaba empellones pélvicos con cierta rítmica sobre las caderas de una mujer, a quién llamó “ex-cónyuge”. Obsérvese, ódiese, condénese, dispárese y suicídese.

7.26.2006

Una tarde especial


En el antro más remoto del centro, donde las pizzas de la vitrina se guardan solas en la noche y los inspectores sanitarios arriesgan la vida como soldados de frontera probando el chucrut, me metí a pedir un especial. Uno muy especial. Salí satisfecho y todo comenzó a pasar muy rápido; verde paco / verde náusea / cine porno / canuto / ahumada / estado / compañía / peo / mina rica / delirio / retorcijón / micro llena / aguante / falta poco / uf, lomo de toro / lomo mayo / lomo especial / súper ocho a cien / sudor helado / voy a llegar / puedo llegar / jefe, la puerta / Tomás Moro / fatiga / Fleming / la puerta por favor! / tres cuadras / qué son tres cuadras / el sol brilla / la plaza llena / los niños juegan / los perros ladran / los perros huelen / los perros me siguen.
Al fin llegué a casa, escoltado por una jauría acusadora. No dije nada, me metí al baño y prendí la ducha.

Escondida IV


Un, dos, tres por el Hugo que está debajo de la escalera, de su mujer en la cama, de las profecías del mormón en el citófono, del jefe abusador, de sacarse una foto en la plaza de armas, del auto del año, de comprar la carne, de ganar la polla, de invitar las cañas, de rezar el domingo.

7.25.2006

Escondida III


Un, dos, tres por Fabián que está escondido en el closet, en su mundo rosa de monos chinos, en su pierna de turno, en sus fármacos hormonales, en la mirada del químico que le vende lubricante, en olvidar a su madre, en sus botas Pollini, en sacar pecho y ser inexpugnable, en ser vestuarista, en sacar pechos y ser deseable, en vivir la vida, en ser optimista, en ser positivo. En mirar un examen y ser positivo.

Escondida II


Un, dos, tres por la Jacinta que está escondida debajo de la cama, el baño del colegio, la mano de la monja, la primera regla, el pololo caliente, el peinado de la madre, el metal del aborto, la ostia del domingo, el auto nuevo, el viaje a Europa, las sobredosis, las piscolas de disco, los ansiolíticos, los nuevos implantes, los llantos fetales, la clase turista, el cartón de Marlboro, el pito culpable, la amiga traidora, la calle empapada y el semáforo en verde.

Escondida I


Un, dos, tres por juanito que está escondido detrás del árbol, la mediagua, la vieja alcohólica, las bofetadas, la pasta base, las quemadas de cigarro, la cama del Sename, el alcantarillado, la tarjeta de Falabella, la radio robada, el billete enrollado, la cacha en el suelo, el sexto hijo, la leche purita, el gendarme fleto, la barra brava, el vómito de tinto, el casco naranja, la choca quemada, la plata del actuario, la bolsa de té, el disco pirata, el recuerdo del campo, el puntazo en la guata y la UTI de la posta.

7.23.2006

Argumentos


Como siempre, como casi cada vez que lo veía, fueron dos cucharadas y a la papa. Sólo que Marcial contaba ya veinte años y no precisamente años de nana pasando el chancho, olor a cera y tareas que hacer. Fueron años de calle, aprendizaje veloz, castigo duro y en general dos opciones; dar o que te den. Así que Marcial repartió; primero le rajó la polera, lo botó al suelo abrazándolo por el cuello, montó encima de él y tal como suena una castaña en el fuego, hizo estallar su nariz con un golpe a mano abierta en el tabique. “Haz que el enemigo vea su propia sangre, sienta que lo heriste, todo lo demás lo hace la calle, las reacciones del público” le susurraba al oído esa maldita voz, y tal vez con la fuerza de querer librarse por fin de ella, azotó la cabeza del anónimo contra la base de un grifo y todo terminó. Pololas escotadas lloraron por décadas en los anuarios la muerte de un valiente en pleno destape juvenil.
Después de correr decenas de cuadras, nos calmamos un poco y nos fuimos conversando con Marcial. “Son suavceitas las piscolas acá en al barrio alto” me dijo.” “Te dije que no era buena idea” respondí.

7.19.2006

Cualquier Rollo


Llego a las 3 de la tarde a cambiar el turno del toño que seguramente no hizo nada en la mañana. Entro al laboratorio y tengo una pila de 54 rollos de 36 para revelar, una simple suma me dice que son casi dos mil fotos para esta tarde. La “Srita Juddite” se lima la uñas sentada en la caja. Los clientes pasan temprano y el resto del día esta mina sólo habla por teléfono como si supiera que al minuto siguiente le amputarán la lengua. En fin, lo mío es ponerme el overol y los audífonos, encerrarme en la oscuridad y comenzar a copiar.
Entro a la puerta dimensional en que paso a ser parte de eternos veraneos de mantel y canastos de playa, bolsas de arena en el poto de los niños, calores volcánicos de campo, cumpleaños de travestis, fiestas de pijamas, camas desordenadas y postales de Bariloche. Acabo de terminar un rollo lleno de pendejos que se fueron de farra en un quincho. Es divertido ver cómo al avanzar la tarde el alcohol comienza a hacer estragos, no importa la edad que tengan, es como rociar veneno en un hormiguero, uno a uno comienzan a caer. La Juddite me trae un ave mayo, sabe que no me gustan. Generalmente hago un pausa para la comida de la tarde pero quedo absorto en una serie de fotos de una mujer semidesnuda durmiendo de costado en el pasto. Sin duda está borracha. Son una seguidilla de tomas que se acercan a este cuerpo blanco y húmedo. Por la luz de la siguiente foto adivino que no tarda en amanecer. Otras cuatro o cinco tomas se acercan obsesivamente a ella. Apuro los líquidos, yo también quiero verla. Apareció, duerme con los ojos abiertos. Quizás demasiado abiertos. Trago el ave mayo y me tomo la tarde.

Secretos de Dios II


Con un parlante y un micrófono de karaoke bajo el brazo vino a perturbar sin permiso la calma de mi plaza, la que me adjudiqué después de no fallar ningún domingo. Son tres las posibilidades; un fanático religioso, un vendedor charlatán o un payaso de esquina, que vendría siendo como todas las anteriores. Resultó ser un fanático evangélico con un parlante en muy mal estado que transmitía sólo palabras entrecortadas. “Desgracia… …Prostitu… …Yavhé… …el fin… …fuego… …de rodillas…” Por momentos parecía un verdadero monje medieval declamando en un lenguaje críptico, ese que ha definido el estilo misterioso de las religiones “No se lo digan a nadie, que el secreto quede en el milagro, que el hombre no sepa que es hombre, que el enfermo no sepa que está enfermo”. No pude dejar de especular, a propósito de la geométrica escalada de calamidades que nos aterran, si Dios también está teniendo problemas de amplificación.

Secretos de Dios I


El hombre cayó postrado, un virus sin nombre lo inmovilizó. Yace en cama, boca arriba, con los ojos abiertos para siempre y un aparato que deja caer dos gotitas cada minuto para lubricar su retina. Cuando chico su madre no se cansaba de repetirle “Cuidado, no importa lo que hagas ni dónde te escondas, Dios te estará mirando siempre”. Creyente como el que más, desde entonces vivió cada día la sensación de estar con libertad vigilada. No hubo fiestas ni polvos a oscuras, ni masturbaciones, ni cagar si quiera con la puerta cerrada.
Una mosca camina y acicala las patas sobre sus labios buscando restos de caldo de cabellos de ángel. Un movimiento muscular involuntario la ahuyenta dando como resultado una mueca socarrona que quiso aprovechar pensando “Cuidado, porque el que te está mirando siempre ahora soy yo”. Acto seguido, una ligera brisa movió el aparato y ahora las gotitas comenzaron a caer dentro de su nariz.

7.17.2006

Cangrejo


Suena la sirena en la obra, es hora de almorzar. En un mar de tallas y gritos de alivio los obreros se disponen a comer su merienda. Uno de ellos se sienta más alejado de los demás, tiene pelo cano y largo. Acerca unas cajas a modo de mesa y come su plato casero con mucha delicadeza y buenos modales. A su mano derecha le faltan 3 dedos, sólo tiene el pulgar y el índice que ocupa igual que una pinza. Todos, en secreto, le llaman “Cangrejo”. Frente al edificio en construcción hay una casa antigua, descascarada y en proceso de expropiación. En ella vive un niño de 13 años que tiene las dos cosas que al Cangrejo le importan más que nada en el mundo; 10 dedos y oído musical absoluto. El Cangrejo está obsesionado con verlo de cerca, tanto así que se las arregla para conocer a la mamá del niño, no le dice que es obrero, llega a la entrada de la casa, ve la puerta entreabierta y un comedor con un piano café. Se dispone a entrar cuando es sorprendido por el ladrido de un enorme Rotweiler. Se lanza a correr cuadras y cuadras, y mientras lo hace, recuerda su pasado de promesa musical y el enorme perro de su padre cagando sus tres dedos sobre los ladrillos del antejardín.

Cistitis


Las sílabas maternales tienen una rítmica que escarmena el aire antes de entrar en el oído.
La niña tiene los calzones a media rodilla, no se si se hizo o ya estaba hecha y no la habían limpiado. A la madre le importa más que yo me vaya, que no las mire. Simplemente me quedo rondando la escena, como esperando la única micro que me sirve.
Tal como empezó, la niña deja de llorar. Ahora su cara se endurece hasta lograr una falta total de expresión, eso me vence y no puedo entrar en sus ojos. Es muy extraño que siendo tan pequeña logre ocultarse con tal maestría dentro de su cuerpo. Nada en ella es espontáneo. Todo es estudiado y tenso. Su madre extiende sobre el suelo un mantel plástico y ordena sobre él una amplia colección con todo tipo de discos pirateados. Esa es mi entrada, me acerco y le pregunto si tiene algo clásico, ella me muestra los grandes éxitos de Luis Miguel, lo compro y pregunto por los demás fingiendo tremendo interés. La niña me mira, está recostada en una cama de espuma recogida de la basura que tiene un nombre de mascota bordado al pié. Una vez más no puedo entrar en sus ojos. El tiempo es demasiado breve y su dolor parece haber echado firmes raíces entre los huesos de sus caderas.
Deja de mirarme, fija su vista un poco más lejos y su cara se descompone, aprieta visiblemente las piernas poniendo ambas manos entre medio. Ahora sí veo en sus ojos la clara imagen de una catástrofe que se aproxima sin remedio.
Papi saluda. Ellas se contraen como anémonas. La niña parpadea y se aleja arrastrando su espuma, sin hacer ruido y con la vista siempre al frente. La madre está tan nerviosa que pisa una carátula de Nino Bravo y la hace mil pedazos.
“¿Está bien atendido papá?”. “Sí ya compré, ¿tiene cistitis la niña?”. “¿Qué niña?, ¿qué te pasa? ¿qué tenis con la niña?”
Viene la micro, pero me voy a ir a pie.

Todo está roto


En la página rota convergen todas las cosas incompletas. El árbol incompleto sin hojas, el canario sin pata y la lombriz que jugó con el niño en la mañana.
En la página rota, se juntan todos los pequeños pedazos. La cola del reptil, el ojo del pirata, la mugre de las uñas y el clavo de la tabla del jardín. En la página rota conviven ángeles, gorilas de laboratorio, un cuarto de pollo con papas, un calcetín y un guante de boxeo. Allí aprendí que toda cosa es rota. Hasta la cosa nueva todo el tiempo se despoja.

7.16.2006

Toc


No hay nada como golpear la puerta de una casa abandonada con la ansiedad de que alguien pueda abrir. Siempre lo hacía pajareando a la vuelta del colegio. Un juego, una rutina torpe, involuntaria. No lo supe leer, tarde o temprano terminaría pasando algo diferente, es la ley natural de la repetición. Lo que ahora sólo sería una mujer borracha, en calzones, ocupando casualmente el vacío, fue un brusco salto de pánico hasta la calle. Vergüenza y rabia. Ella era la dueña.

A la una, a las dos y a las tres.


A las tres de la mañana del 5 de enero de 1989 Ema se levantó de la cama como picada por un alacrán, en sus ojos aullaba una madre de otros tiempos. En el baño, su hijo se retorcía agonizando. Lentamente, su ventrículo derecho se detuvo y el cerebro comenzó a luchar cada latido, cada resto de sangre licuada. Ema, a sus ochenta y tres años, llevó sus pies lo más rápido que pudo hasta el baño, cuidando de prender todas las luces que encontró en el camino. Escuchó varias veces la cabeza de Andrés dando tumbos entre la base del lavatorio y el canto de la puerta, cuando llegó sólo sus ojos alcanzaron a virar hacia ella y encontrarse en un breve espacio de tiempo. Deslizó una rodilla hasta el suelo, como si su hijo quisiera apoyarse en su hombro para tomar impulso. Cuando estuvo segura que ya no estaba, se desparramó sobre el cuerpo y, tendida sobre él, pensó en el teléfono y los honores sociales.