7.16.2006

A la una, a las dos y a las tres.


A las tres de la mañana del 5 de enero de 1989 Ema se levantó de la cama como picada por un alacrán, en sus ojos aullaba una madre de otros tiempos. En el baño, su hijo se retorcía agonizando. Lentamente, su ventrículo derecho se detuvo y el cerebro comenzó a luchar cada latido, cada resto de sangre licuada. Ema, a sus ochenta y tres años, llevó sus pies lo más rápido que pudo hasta el baño, cuidando de prender todas las luces que encontró en el camino. Escuchó varias veces la cabeza de Andrés dando tumbos entre la base del lavatorio y el canto de la puerta, cuando llegó sólo sus ojos alcanzaron a virar hacia ella y encontrarse en un breve espacio de tiempo. Deslizó una rodilla hasta el suelo, como si su hijo quisiera apoyarse en su hombro para tomar impulso. Cuando estuvo segura que ya no estaba, se desparramó sobre el cuerpo y, tendida sobre él, pensó en el teléfono y los honores sociales.

No hay comentarios.: