7.23.2006

Argumentos


Como siempre, como casi cada vez que lo veía, fueron dos cucharadas y a la papa. Sólo que Marcial contaba ya veinte años y no precisamente años de nana pasando el chancho, olor a cera y tareas que hacer. Fueron años de calle, aprendizaje veloz, castigo duro y en general dos opciones; dar o que te den. Así que Marcial repartió; primero le rajó la polera, lo botó al suelo abrazándolo por el cuello, montó encima de él y tal como suena una castaña en el fuego, hizo estallar su nariz con un golpe a mano abierta en el tabique. “Haz que el enemigo vea su propia sangre, sienta que lo heriste, todo lo demás lo hace la calle, las reacciones del público” le susurraba al oído esa maldita voz, y tal vez con la fuerza de querer librarse por fin de ella, azotó la cabeza del anónimo contra la base de un grifo y todo terminó. Pololas escotadas lloraron por décadas en los anuarios la muerte de un valiente en pleno destape juvenil.
Después de correr decenas de cuadras, nos calmamos un poco y nos fuimos conversando con Marcial. “Son suavceitas las piscolas acá en al barrio alto” me dijo.” “Te dije que no era buena idea” respondí.

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