10.10.2006

Ánimo


De vez en cuando abre los ojos desde su pequeña caverna triangular de yeso y pasta muro. Vino su hermana a prender una vela en una botella de plástico cortada a la mitad. Es la palmatoria más triste que ha visto, las otras se las roban. Puede ver sus brillantes chalas chinas sin taco, sus manos prendiendo un fósforo y luego un jarrito de agua que llena un florero con dedales de oro cortados una cuadra más arriba. No alcanzan a pasar cinco minutos desde que se fue y aparece el maldito quiltro. No es que le moleste que todos los días se tome el agua de sus dedales de oro, es la envidia de verlo cruzar la carretera con tanta maestría.

Tarde pero llegó


Abre el paquete de papas. Se pone un solo audífono. Saca una papa. Salió a la una del colegio. Son las cinco. La micro caletea. La mamá asoma la cabeza por una larga cuadra de tierra cada diez minutos. El vidrio tirita. El fondo se difumina. Mejor cerrar los ojos y escuchar la canción. Aguas de marzo casi siempre en un nuevo mix. El tubo de escape ronronea. La tarde lo anestesia. Duerme unos segundos. La caja de cambios se atora. Un serrucho de metal lo sobresalta. Fueron veinte minutos. La mamá riega el ante jardín. El agua corre por la larga cuadra de tierra atravesando la calle. Los autos aplauden al pasar por el charco. Toca el timbre y pide la puerta varias veces. El chofer mira por el espejo. Casi es el fin del recorrido y lo odia por demorarlo un poco más. La puerta se abre. Primer escalón. Las ventanas se suceden. No puede detener sus pupilas. La micro no para. La mamá apaga la manguera. Se seca las manos con un paño de cocina. Entra. Sale y mira nuevamente la larga cuadra de tierra y los autos atravesando el charco que sigue desaguando vereda abajo. Segundo escalón. Tiene que saltar y correr a casa. El brillo del agua que llega hasta el final de la cuadra lo ciega y lo detiene un momento. Un poste de luz pasa como una espada vertical frente a sus ojos. Parpadea sobresaltado. La micro para. Se baja. Camina siguiendo el hilo de agua entre la cuneta y el asfalto. Se da cuenta que viene de su casa. Estará castigado todo el fin de semana.

9.28.2006

Descarga


Carlos Piñán, el piñata. No por la cintura, era flaco y chupado. Es porque la última vez que tomó, hace 13 años, lo tuvieron que separar a palos de los cables de una torre de alta tensión. Sus enormes huesos indígenas y su juventud lo estaban salvando de la electrocución y la carne efervescente que todavía estaba pegada entre sus nervios, fue la que condujo el inolvidable zumbido de una serpiente celeste y centellante de dos mil doscientos watts hasta su cabeza. La sintió paseando por su cuerpo, haciéndolo alucinar, con los ojos salidos de su cuenca, mirando el mundo en ciento ochenta grados, como una gallina, un saurio pariendo un enorme huevo de neón. Pese a todo, vivió para no contarlo nunca más. Cada tanto, escucha el relato de boca de sus amigos como un borracho de pié en misa de domingo, instintivamente borró todo de su memoria. Prefirió vivir y no acordarse nunca más de nada.

Treinta y nueve años, cornudo asumido, complaciente, neurótico. De noche, devorador de internet, con nick name, claves de acceso y una vida paralela llena de documentos encriptados. Una bestia nocturna dispuesta a digitar todo lo que estuviera a un click de acceso. De día, un rumiante, pastando en la oficina, haciendo una labor mecánica. Con un promedio de dos mil fotocopias de carné por ambos lados a la semana y cientos de cortados express, fue contratado como administrador de piso y bodegaje, una especie de “junior senior” que con los años fue siendo reemplazado por la nueva máquina de café automática con tarjeta intransferible, el microondas y la llegada de la empresa externa de aseo industrial. Hasta que no quedó ningún trapero que administrar.

"Piñata, por la chucha, ¿qué pasa con el mail?… dice error esta guea…" como si tuviera colgado un cartel: "PREGUNTAS FRECUENTES, DIRÍJASE A PIÑATA" pensaba, pero ahí estaba piñata arreglando la desgracia técnica con el dedo meñique. Nadie valoró su verdadero talento informático. Total, "Piñata vale hongo", era la voz de pasillo, el comentario casual; "Piñata es un perfecto idiota” “sí, puta que es gueón piñata" era la reproducción, dicen bastante fiel, de un colega acérrimo que anónimamente dio cuenta del episodio.

"Carlos, a partir del primero del mes que viene, lamentablemente vamos a tener que prescindir de sus servicios" le dijo un jefe joven unos días después del presagio. Carlos tomó el finiquito, un tazón con el logo de la compañía y una canasta familiar de alimentos no perecibles para un mes, rió y miró la ventana. Hace tiempo que la vida de piñata estaba en otro lado. Echarlo fue como abrirle la jaula. Se fue caminando innumerables cuadras, de la pega a la casa se le ocurrieron cien negocios mejores que en el que estaba trabajando pero tenía claro que el presupuesto familiar lo manejaba su mujer, ella ganaba la plata como ejecutiva de un alto ejecutivo de una alta compañía llena de ellos, altos todos.
Su plan maestro era quedarse anclado varios años descubriendo el espacio privado. Comenzó a tomar desayuno en bata, recogía la caca del perro, vagaba a paso lento por el barrio. No se acordaba que era tan extraordinario mirar el cielo meando las plantas del jardín con un pucho en la boca. Sacarlo todo a la tierra y no tener que apuntarle a esa letrina miserable y sanitizada.

Caminaba a tres cuadras de su casa cuando vio la plaza de siempre con flamantes juegos para niños, recién inaugurados por la municipalidad. No se si lo pensó demasiado pero eligió un resfalín circular de plástico, el más alto. Se lanzó dando giros en forma de tirabuzón. Cuando llegó abajo, en la última curva, se encontró de frente con un niño pequeño, tuvo que dar un salto para no caer encima de él. Se paró inmediatamente, miró hacia todos lados, no había nadie, papá, mamá, hermanos, nadie. “No te preocupes, vamos a buscar a tu mamá” le extendió la mano, y al intentar tocarlo, una pequeña chispa azul, como aquella serpiente, saltó entre sus dedos. Recordó toda la vida, desde niño hasta el delirio del momento en que tomó ese cable, sus pupilas se perdieron detrás de los parpados y su última sensación fue que en la ambulancia le daban golpes eléctricos de reanimación sin saber que sólo lo extinguían más. Después, música. También se acordó que le gustaba mucho eso.

8.11.2006

Sí, acepto


Acaba de tener una de esas discusiones con su mujer. Se sienta en un sillón y observa cómo el pez respira sobre la mesita del living moviendo la boca en su globo de agua. Es claro que para él, su globo de agua es el aire y el aire del living es el agua. Suponiendo que fuera así de simple; amor y odio estarían divorciados para siempre, y para siempre abrazados en la misma habitación.

8.10.2006

Casi un abuso.


Es una mano grande como un guante de jardín, apenas a algunos centímetros de un tibio pijama de algodón estampado con siluetas de autos de carrera. Pasea por encima, la palma suda sin gotear. Hay una boca entreabierta, una lengua entremedio de unos dientes y una barba de tres días clavada entre los poros de la tela de una almohada. Es la otra mano, distinta, más independiente. Baja por el respaldo, rodea por el lado contrario de la primera. Una emboscada, cosa de segundos, el aire del silencio es delicado, sólo hace falta una pequeña distracción, un ladrido fuerte, un golpe del zorzal que se mira en la ventana, un cartero exigiendo su aguinaldo. Es el timbre, es una pizza caliente con la dirección equivocada y detrás, por fin, la extraordinaria nana con la bolsa del pan.


PD: En honor post mortem a la versión anterior.

Demasiada estática


Atento, tenemos una mujer desolada llorando en una cafetería de hospital.
Su pecho compulsivo, recorta histérico sobre el blanco omo natural radiante de doctores y enfermeras habituadas a las pataletas de los vivos en ausencia de otros ya no tanto. Ellos comentan, susurran, mastican pan de molde. Hablan de ella y se interrumpen porque el queso no está bien derretido. Ella los ve y lo sabe, y estrella un plato con postre de pera y canela en las baldosas grises. No le importa, no tiene control, se mearía de pena si pudiera. Trata y se acuerda del mudador celeste, del ábaco de madera, del gato con botas, de cada punto a crochet de las cortinas, del tendedero con los piluchos talla uno.
Tenemos una emergencia sanitaria en el sector cafetería, necesitamos algo más que un balde y un trapero.

Amo ese monstruo


Nació con leche en sus pequeños pezones, un enorme diente definitivo, pelo negro en la espalda y uñas largas como garras de pantera. El siglo veinte y la piedad de la ciencia lo salvaron de la hoguera. De no ser por una oportuna cesárea, sus cinco kilos habrían dividido de seguro a su madre. En adelante, salvo ella, todos se rieron de él, de sus pelos hirsutos, de los dientes salpicados en su boca, de su simpatía imbécil por querer encajar en algún lado, de los pliegues en sus manos, de sus modos torpes, de su risa que mostraba las encías, de su tetilla crecida, de la perfecta desproporción de su cuerpo, de la forma de masticar el sándwich, de su postura al sentarse, de sus zapatos de adulto, de su mochila verde, de sus lápices baratos, de su pañuelo lleno de mocos, de su pie de atleta.
Hasta que un nuevo compañero llegó a la clase y, como todos los anteriores, vio sin esfuerzo el blanco fácil y arremetió; “Qué raro que camines en dos pies”. Fue cuando el monstruo bueno dejó caer los lápices de cera, empezó a lamer su dibujo de un niño normal a medio colorear y respondió serenamente, con la lengua naranja y violeta; “La próxima vez que mires bajo tu cama puedo estar yo, desnudo y hambriento”.

7.28.2006

Me han foliado


Por fin, después de tantas sospechas y pruebas circunstanciales, el por todos respetado actuario, Rubén Sarmiento, certificó en persona, y mediante el inequívoco método de observación del sujeto, cómo era completamente efectivo que fulano de tal, a quien llamó “occiso”, daba saltos y propinaba empellones pélvicos con cierta rítmica sobre las caderas de una mujer, a quién llamó “ex-cónyuge”. Obsérvese, ódiese, condénese, dispárese y suicídese.

7.26.2006

Una tarde especial


En el antro más remoto del centro, donde las pizzas de la vitrina se guardan solas en la noche y los inspectores sanitarios arriesgan la vida como soldados de frontera probando el chucrut, me metí a pedir un especial. Uno muy especial. Salí satisfecho y todo comenzó a pasar muy rápido; verde paco / verde náusea / cine porno / canuto / ahumada / estado / compañía / peo / mina rica / delirio / retorcijón / micro llena / aguante / falta poco / uf, lomo de toro / lomo mayo / lomo especial / súper ocho a cien / sudor helado / voy a llegar / puedo llegar / jefe, la puerta / Tomás Moro / fatiga / Fleming / la puerta por favor! / tres cuadras / qué son tres cuadras / el sol brilla / la plaza llena / los niños juegan / los perros ladran / los perros huelen / los perros me siguen.
Al fin llegué a casa, escoltado por una jauría acusadora. No dije nada, me metí al baño y prendí la ducha.

Escondida IV


Un, dos, tres por el Hugo que está debajo de la escalera, de su mujer en la cama, de las profecías del mormón en el citófono, del jefe abusador, de sacarse una foto en la plaza de armas, del auto del año, de comprar la carne, de ganar la polla, de invitar las cañas, de rezar el domingo.

7.25.2006

Escondida III


Un, dos, tres por Fabián que está escondido en el closet, en su mundo rosa de monos chinos, en su pierna de turno, en sus fármacos hormonales, en la mirada del químico que le vende lubricante, en olvidar a su madre, en sus botas Pollini, en sacar pecho y ser inexpugnable, en ser vestuarista, en sacar pechos y ser deseable, en vivir la vida, en ser optimista, en ser positivo. En mirar un examen y ser positivo.

Escondida II


Un, dos, tres por la Jacinta que está escondida debajo de la cama, el baño del colegio, la mano de la monja, la primera regla, el pololo caliente, el peinado de la madre, el metal del aborto, la ostia del domingo, el auto nuevo, el viaje a Europa, las sobredosis, las piscolas de disco, los ansiolíticos, los nuevos implantes, los llantos fetales, la clase turista, el cartón de Marlboro, el pito culpable, la amiga traidora, la calle empapada y el semáforo en verde.

Escondida I


Un, dos, tres por juanito que está escondido detrás del árbol, la mediagua, la vieja alcohólica, las bofetadas, la pasta base, las quemadas de cigarro, la cama del Sename, el alcantarillado, la tarjeta de Falabella, la radio robada, el billete enrollado, la cacha en el suelo, el sexto hijo, la leche purita, el gendarme fleto, la barra brava, el vómito de tinto, el casco naranja, la choca quemada, la plata del actuario, la bolsa de té, el disco pirata, el recuerdo del campo, el puntazo en la guata y la UTI de la posta.

7.23.2006

Argumentos


Como siempre, como casi cada vez que lo veía, fueron dos cucharadas y a la papa. Sólo que Marcial contaba ya veinte años y no precisamente años de nana pasando el chancho, olor a cera y tareas que hacer. Fueron años de calle, aprendizaje veloz, castigo duro y en general dos opciones; dar o que te den. Así que Marcial repartió; primero le rajó la polera, lo botó al suelo abrazándolo por el cuello, montó encima de él y tal como suena una castaña en el fuego, hizo estallar su nariz con un golpe a mano abierta en el tabique. “Haz que el enemigo vea su propia sangre, sienta que lo heriste, todo lo demás lo hace la calle, las reacciones del público” le susurraba al oído esa maldita voz, y tal vez con la fuerza de querer librarse por fin de ella, azotó la cabeza del anónimo contra la base de un grifo y todo terminó. Pololas escotadas lloraron por décadas en los anuarios la muerte de un valiente en pleno destape juvenil.
Después de correr decenas de cuadras, nos calmamos un poco y nos fuimos conversando con Marcial. “Son suavceitas las piscolas acá en al barrio alto” me dijo.” “Te dije que no era buena idea” respondí.

7.19.2006

Cualquier Rollo


Llego a las 3 de la tarde a cambiar el turno del toño que seguramente no hizo nada en la mañana. Entro al laboratorio y tengo una pila de 54 rollos de 36 para revelar, una simple suma me dice que son casi dos mil fotos para esta tarde. La “Srita Juddite” se lima la uñas sentada en la caja. Los clientes pasan temprano y el resto del día esta mina sólo habla por teléfono como si supiera que al minuto siguiente le amputarán la lengua. En fin, lo mío es ponerme el overol y los audífonos, encerrarme en la oscuridad y comenzar a copiar.
Entro a la puerta dimensional en que paso a ser parte de eternos veraneos de mantel y canastos de playa, bolsas de arena en el poto de los niños, calores volcánicos de campo, cumpleaños de travestis, fiestas de pijamas, camas desordenadas y postales de Bariloche. Acabo de terminar un rollo lleno de pendejos que se fueron de farra en un quincho. Es divertido ver cómo al avanzar la tarde el alcohol comienza a hacer estragos, no importa la edad que tengan, es como rociar veneno en un hormiguero, uno a uno comienzan a caer. La Juddite me trae un ave mayo, sabe que no me gustan. Generalmente hago un pausa para la comida de la tarde pero quedo absorto en una serie de fotos de una mujer semidesnuda durmiendo de costado en el pasto. Sin duda está borracha. Son una seguidilla de tomas que se acercan a este cuerpo blanco y húmedo. Por la luz de la siguiente foto adivino que no tarda en amanecer. Otras cuatro o cinco tomas se acercan obsesivamente a ella. Apuro los líquidos, yo también quiero verla. Apareció, duerme con los ojos abiertos. Quizás demasiado abiertos. Trago el ave mayo y me tomo la tarde.

Secretos de Dios II


Con un parlante y un micrófono de karaoke bajo el brazo vino a perturbar sin permiso la calma de mi plaza, la que me adjudiqué después de no fallar ningún domingo. Son tres las posibilidades; un fanático religioso, un vendedor charlatán o un payaso de esquina, que vendría siendo como todas las anteriores. Resultó ser un fanático evangélico con un parlante en muy mal estado que transmitía sólo palabras entrecortadas. “Desgracia… …Prostitu… …Yavhé… …el fin… …fuego… …de rodillas…” Por momentos parecía un verdadero monje medieval declamando en un lenguaje críptico, ese que ha definido el estilo misterioso de las religiones “No se lo digan a nadie, que el secreto quede en el milagro, que el hombre no sepa que es hombre, que el enfermo no sepa que está enfermo”. No pude dejar de especular, a propósito de la geométrica escalada de calamidades que nos aterran, si Dios también está teniendo problemas de amplificación.

Secretos de Dios I


El hombre cayó postrado, un virus sin nombre lo inmovilizó. Yace en cama, boca arriba, con los ojos abiertos para siempre y un aparato que deja caer dos gotitas cada minuto para lubricar su retina. Cuando chico su madre no se cansaba de repetirle “Cuidado, no importa lo que hagas ni dónde te escondas, Dios te estará mirando siempre”. Creyente como el que más, desde entonces vivió cada día la sensación de estar con libertad vigilada. No hubo fiestas ni polvos a oscuras, ni masturbaciones, ni cagar si quiera con la puerta cerrada.
Una mosca camina y acicala las patas sobre sus labios buscando restos de caldo de cabellos de ángel. Un movimiento muscular involuntario la ahuyenta dando como resultado una mueca socarrona que quiso aprovechar pensando “Cuidado, porque el que te está mirando siempre ahora soy yo”. Acto seguido, una ligera brisa movió el aparato y ahora las gotitas comenzaron a caer dentro de su nariz.

7.17.2006

Cangrejo


Suena la sirena en la obra, es hora de almorzar. En un mar de tallas y gritos de alivio los obreros se disponen a comer su merienda. Uno de ellos se sienta más alejado de los demás, tiene pelo cano y largo. Acerca unas cajas a modo de mesa y come su plato casero con mucha delicadeza y buenos modales. A su mano derecha le faltan 3 dedos, sólo tiene el pulgar y el índice que ocupa igual que una pinza. Todos, en secreto, le llaman “Cangrejo”. Frente al edificio en construcción hay una casa antigua, descascarada y en proceso de expropiación. En ella vive un niño de 13 años que tiene las dos cosas que al Cangrejo le importan más que nada en el mundo; 10 dedos y oído musical absoluto. El Cangrejo está obsesionado con verlo de cerca, tanto así que se las arregla para conocer a la mamá del niño, no le dice que es obrero, llega a la entrada de la casa, ve la puerta entreabierta y un comedor con un piano café. Se dispone a entrar cuando es sorprendido por el ladrido de un enorme Rotweiler. Se lanza a correr cuadras y cuadras, y mientras lo hace, recuerda su pasado de promesa musical y el enorme perro de su padre cagando sus tres dedos sobre los ladrillos del antejardín.

Cistitis


Las sílabas maternales tienen una rítmica que escarmena el aire antes de entrar en el oído.
La niña tiene los calzones a media rodilla, no se si se hizo o ya estaba hecha y no la habían limpiado. A la madre le importa más que yo me vaya, que no las mire. Simplemente me quedo rondando la escena, como esperando la única micro que me sirve.
Tal como empezó, la niña deja de llorar. Ahora su cara se endurece hasta lograr una falta total de expresión, eso me vence y no puedo entrar en sus ojos. Es muy extraño que siendo tan pequeña logre ocultarse con tal maestría dentro de su cuerpo. Nada en ella es espontáneo. Todo es estudiado y tenso. Su madre extiende sobre el suelo un mantel plástico y ordena sobre él una amplia colección con todo tipo de discos pirateados. Esa es mi entrada, me acerco y le pregunto si tiene algo clásico, ella me muestra los grandes éxitos de Luis Miguel, lo compro y pregunto por los demás fingiendo tremendo interés. La niña me mira, está recostada en una cama de espuma recogida de la basura que tiene un nombre de mascota bordado al pié. Una vez más no puedo entrar en sus ojos. El tiempo es demasiado breve y su dolor parece haber echado firmes raíces entre los huesos de sus caderas.
Deja de mirarme, fija su vista un poco más lejos y su cara se descompone, aprieta visiblemente las piernas poniendo ambas manos entre medio. Ahora sí veo en sus ojos la clara imagen de una catástrofe que se aproxima sin remedio.
Papi saluda. Ellas se contraen como anémonas. La niña parpadea y se aleja arrastrando su espuma, sin hacer ruido y con la vista siempre al frente. La madre está tan nerviosa que pisa una carátula de Nino Bravo y la hace mil pedazos.
“¿Está bien atendido papá?”. “Sí ya compré, ¿tiene cistitis la niña?”. “¿Qué niña?, ¿qué te pasa? ¿qué tenis con la niña?”
Viene la micro, pero me voy a ir a pie.

Todo está roto


En la página rota convergen todas las cosas incompletas. El árbol incompleto sin hojas, el canario sin pata y la lombriz que jugó con el niño en la mañana.
En la página rota, se juntan todos los pequeños pedazos. La cola del reptil, el ojo del pirata, la mugre de las uñas y el clavo de la tabla del jardín. En la página rota conviven ángeles, gorilas de laboratorio, un cuarto de pollo con papas, un calcetín y un guante de boxeo. Allí aprendí que toda cosa es rota. Hasta la cosa nueva todo el tiempo se despoja.

7.16.2006

Toc


No hay nada como golpear la puerta de una casa abandonada con la ansiedad de que alguien pueda abrir. Siempre lo hacía pajareando a la vuelta del colegio. Un juego, una rutina torpe, involuntaria. No lo supe leer, tarde o temprano terminaría pasando algo diferente, es la ley natural de la repetición. Lo que ahora sólo sería una mujer borracha, en calzones, ocupando casualmente el vacío, fue un brusco salto de pánico hasta la calle. Vergüenza y rabia. Ella era la dueña.

A la una, a las dos y a las tres.


A las tres de la mañana del 5 de enero de 1989 Ema se levantó de la cama como picada por un alacrán, en sus ojos aullaba una madre de otros tiempos. En el baño, su hijo se retorcía agonizando. Lentamente, su ventrículo derecho se detuvo y el cerebro comenzó a luchar cada latido, cada resto de sangre licuada. Ema, a sus ochenta y tres años, llevó sus pies lo más rápido que pudo hasta el baño, cuidando de prender todas las luces que encontró en el camino. Escuchó varias veces la cabeza de Andrés dando tumbos entre la base del lavatorio y el canto de la puerta, cuando llegó sólo sus ojos alcanzaron a virar hacia ella y encontrarse en un breve espacio de tiempo. Deslizó una rodilla hasta el suelo, como si su hijo quisiera apoyarse en su hombro para tomar impulso. Cuando estuvo segura que ya no estaba, se desparramó sobre el cuerpo y, tendida sobre él, pensó en el teléfono y los honores sociales.