8.10.2006

Amo ese monstruo


Nació con leche en sus pequeños pezones, un enorme diente definitivo, pelo negro en la espalda y uñas largas como garras de pantera. El siglo veinte y la piedad de la ciencia lo salvaron de la hoguera. De no ser por una oportuna cesárea, sus cinco kilos habrían dividido de seguro a su madre. En adelante, salvo ella, todos se rieron de él, de sus pelos hirsutos, de los dientes salpicados en su boca, de su simpatía imbécil por querer encajar en algún lado, de los pliegues en sus manos, de sus modos torpes, de su risa que mostraba las encías, de su tetilla crecida, de la perfecta desproporción de su cuerpo, de la forma de masticar el sándwich, de su postura al sentarse, de sus zapatos de adulto, de su mochila verde, de sus lápices baratos, de su pañuelo lleno de mocos, de su pie de atleta.
Hasta que un nuevo compañero llegó a la clase y, como todos los anteriores, vio sin esfuerzo el blanco fácil y arremetió; “Qué raro que camines en dos pies”. Fue cuando el monstruo bueno dejó caer los lápices de cera, empezó a lamer su dibujo de un niño normal a medio colorear y respondió serenamente, con la lengua naranja y violeta; “La próxima vez que mires bajo tu cama puedo estar yo, desnudo y hambriento”.

1 comentario:

Natalie Sève dijo...

Precioso, es una historia enorme en sanación, bien imaginada y lealmente escrita.