8.10.2006

Casi un abuso.


Es una mano grande como un guante de jardín, apenas a algunos centímetros de un tibio pijama de algodón estampado con siluetas de autos de carrera. Pasea por encima, la palma suda sin gotear. Hay una boca entreabierta, una lengua entremedio de unos dientes y una barba de tres días clavada entre los poros de la tela de una almohada. Es la otra mano, distinta, más independiente. Baja por el respaldo, rodea por el lado contrario de la primera. Una emboscada, cosa de segundos, el aire del silencio es delicado, sólo hace falta una pequeña distracción, un ladrido fuerte, un golpe del zorzal que se mira en la ventana, un cartero exigiendo su aguinaldo. Es el timbre, es una pizza caliente con la dirección equivocada y detrás, por fin, la extraordinaria nana con la bolsa del pan.


PD: En honor post mortem a la versión anterior.

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