8.30.2007

Salmo 237



En la máquina 237, la que baja por Fleming, estaba su maquillaje barato serigrafiado en el vidrio, atestiguando el sudario de una mujer que se quedó dormida en el recorrido de las cinco de la mañana para llegar a las ocho, a lavar los pies de hijos que no son suyos. Los propios, están encerrados con llave, con un brasero encendido. Afuera, vuelan en círculos, negros periodistas emplumados. Huele a crucifixión.
(Repítase un par de veces en cada noticiario).