4.15.2014

Los noventa.

Los noventas son una apología a la tristeza crónica de una generación que inundaba las calles como la sangre espesa de un corazón que estaba dejando de latir. Estancándonos de a poco, veníamos de una inocencia epiléptica, tan auténtica como para creer que las camisas moradas, los pantalones amasados, las chaquetas nevadas y los zapatos pluma nos hacían una especie atractiva, como pájaros adornando un nido con cuentas de colores sin valor. Éramos felices y a la vez, éramos el reducto tardío de todo lo que pasaba en el norte del mundo, todo llegaba como la luz de una estrella, mucho tiempo después de que a penas pudiéramos disfrutarlo. Queríamos todo, sin saber que todo era demasiado. No teníamos celulares que interrumpieran nuestros viajes en micro donde soñarse como estrella de rock era más fácil e incluso más cercano. Vivimos una infancia mirando las caras obligadamente militarizadas de nuestros adultos, tanto, que de alguna forma u otra, había que perder el control, y lo perdimos de la manera más extraordinaria posible, bailando todo los que nos pusieran por delante. Lo bueno, lo malo y lo peor.

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