8.10.2009

Epicentro.


Basta de filosofar bajo la ducha. Hoy es un día especial para el bueno de Ernesto. Hay que sacudir la chaqueta de la ropa usada, aplastar como sea las mechas de clavo y partir al primer día de trabajo caminando alegremente. Así te quiero, con la cara llena de risa, se repite mientras cuenta las rayas de la vereda, cuidándose de jamás pisar alguna. Nunca. Menos hoy.
Nada especial, ni recibimientos ni presentaciones, al tiro a la cocina, hacer café y limpiar la cubierta de vidrio de la sala de reuniones. Ernesto tiene expectativas, sueños trazados que alcanzar. Por eso, además de pasar el paño, pule los bordes de metal y le saca trote a los remaches de aluminio. Que se note el cambio de mano, piensa. Sin querer pasa a llevar el control remoto del televisor. Entre canal y canal aparece una señal difusa con una línea constante que pasa de arriba abajo, varias veces por segundo. Ahí se quedaron los ojos de Ernesto. Perdidos y atrapados en el ir y venir. Mal día para un ataque.

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