8.19.2014

El hombre sin suerte.

Al hombre sin suerte le pasa de todo menos morir. Porque a estas alturas eso también sería una suerte. Paralizado en una pieza de hospital es rodeado por aparatos que lo mantienen respirando. Te salvaste le dice el doctor. Sólo para volver a caer, piensa él. Un mes después da tímidos pasos, mira a ambos lados de la calle, cambia una mirada con una mujer que rápidamente pierde interés. Cruza la calle como si estuviera caminando sobre un tejado antiguo. Piensa mil nuevas formas de suicidarse, pero el valor de hacerlo tampoco es una de sus suertes. Hace demasiados años que dejó de jugar, de correr y de respirar el humo de alguna fogata. Prende un cigarro y aleja el cáncer. Toma una copa y se emborracha pero no olvida. El hombre sin suerte nació al revés, sus pies vieron la luz mientras por sus narices entraban las entrañas de su madre muerta. Desde entonces vivió soñándose como asesino inocente de ella. Dobló la esquina, en el suelo había un billete de veinte y no fue capaz de recogerlo.

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